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miércoles, 26 de noviembre de 2008

El tren de Zamora



No estoy preparada para ser adulta y voy a cumplir treinta años. Fantástico.

No me aferro a la niñez. A la adolescencia, tal vez, pero no a la niñez. Me equivoqué de sexo al nacer. Hubiese hecho un hombre fabuloso. A ellos se les permite ser adolescentes eternos.
Pero no a mí.

Me sobrepasan las tareas domésticas. Me rodea el caos en menos de una semana. No sé planear un menú, pero cocino de coña con tiempo y un buen pinche. Soy incapaz de vivir demostrando siempre que estoy a la altura. Quiero que supongan que lo estoy.

No chocheo al ver un bebé. Y odio tener la regla. Esa si que es la verdadera maldición bíblica, y no lo de parir con dolor. Puestos a elegir condena, preferiría lo de ganarse el pan con el sudor de la frente. Pero si de esa tampoco estoy exenta, ¿a cuántas maldiciones bíblicas tocamos por persona?.

Pertenezco a una generación diletante, desubicada. En la que es normal llegar a los treinta sin saber que quieres ser de mayor.
Todos mis amigos tienen talento, pero yo tengo, además, tetas.
Y como no soy lesbiana, ¿dónde encontraré a esa persona que me adore y me sustente con su fe hasta que mi talento florezca?, ¿Que mantenga mi casa ordenada y mi ropa limpia para que yo pueda dedicarme a cultivar mi genio y mi ego?
Ellos se casan. O se quedan con su madre.

¿Cómo lograr esa certeza de ser imprescindible para el mundo que lleva a los hombres, con talento o sin él, a dedicarse por completo a lo que les gusta sin reparar en las necesidades y sentimientos ajenos?
Para eso hay que haber nacido rey de la creación, y a mí me tocaba ser el reposo del guerrero. Hay que joderse.

Vengo de una familia en la que el cromosoma Y debería ser obligatorio. Todas las cualidades que poseo adquirirían un carácter inefable y suficiente en un hombre, pero no bastan para hacer de mí una mujer válida.
Por lo visto recibí el legado genético completo de mi abuelo paterno, por cuyas venas corría, fresca como una lechuga, la sangre de Teodoro Diez Sangrador, el héroe del tren de Zamora.

Esta historia, de la que no tengo fechas ni referencias exactas, le sonará a alguien porque en una película antigua, no sé si “ El mayor espectáculo del mundo,” hay una escena parecida, creo:

Un tren descarrila. En el tren, viaja un médico. El médico resulta herido en el accidente. Sabe que la herida es muy grave, pero ante todo, es médico, y su deber es auxiliar a los heridos, así que se tapona la hemorragia y se dedica a salvar vidas olvidado de sí mismo.
Por supuesto, muere. Pero heroicamente.
Seguro que deja mujer e hijos. Pero serán viuda y huérfanos de un héroe. Qué mas se puede pedir.

Me he pasado la vida taponándome heridas para atender a otros. Todas las mujeres lo hacen, en uno u otro grado. Pero yo llevo en mis venas, fresca como una lechuga, la sangre del héroe del tren de Zamora. Si fuera un hombre, mi fama me precedería. Pero no lo soy.
Todas las mujeres somos madres en potencia, y como madres, debemos de darlo todo sin esperar nada a cambio.
Dar mucho, pedir poco. ¿No dice eso la medallita del Día de la Madre?
Con el tiempo y energía que he dedicado a escuchar, consolar o solucionar problemas ajenos, hubiese podido estudiar dos carreras, escribir cuatro libros, batir el record mundial de resistencia en el agua o aprender chino.
Si me hubiese dedicado a mí misma todo ese esfuerzo, no habría en el mundo talento más desarrollado, cuerpo más perfecto ni ego abastecido con mayor mimo que el mío.
Y mis viudos y huérfanos, estarían orgullosos de serlo. Porque mi legado al mundo sería un acto de creación tan puro, que olvidarían las veces que no estuve ahí cuando me necesitaban. Ellos comprenderían que me debo a mi profesión.
Que no tuve mas remedio que subir al tren de Zamora.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

No entiendo este post, no se de que va, hablas de talento y tetas, de hombres y mujeres, de privilegios que tiene unos y carecen otras, y otra vez talento y certezas de ser imprescindible para el mundo y sacrificios maternales y treintenas. Me he perdido algo, pero es muy ameno de leer y esta bonito escrito.
Y te adoro.
Estoy mala en casa, y gruño sola.

La Reina de la Entropía dijo...

Querida, la conciencia de clase murió por asfixia cuando, gracias al Américan Way of Life, todo el mundo pudo tener una aspiradora, aunque algunos la tuvieran que pagar a plazos en diez años y otros se pudieran comprar tres al día, al contado y sin inmutarse.

Las que basan la conciencia de género en el sexo en plan qué liberada estoy hay que ver cómo follo, confunden (desde mi punto de vista)el culo con las témporas, y nunca mejor dicho.

Sé que no hace falta que te diga que ni el mundo acaba en Occidente, ni la población femenina se circunscribe en el reducido núcleo de mujeres (y/o bio y tecno mujeres...¡ay,Jesús!)universitarias por titulación o vocación, jóvenes y burguesas. Pero te lo digo.

Para muestra de las diferencias de trato que se mujer implica, un botón:
Las nuevas y loadas técnicas quirúrgicas mal llamadas no invasivas (supongo que si los países ya no se invaden, las laparoscopias son "misiones de paz"), utilizan la vagina para sacarte y meterte cosas en el cuerpo, pero en un sentido muy poco lúdico, y desde luego, nada erótico.

Te dejan el coño hecho unos zorros, pero, (y te juro que lo leí ayer en una revista médica) "la población candidata a este tipo de intervenciones son en su mayoría mujeres mayores u obesas". Verbigracia: viejas y gordas a las que se les presupone una ausencia completa de vida sexual. Osea, que pa lo que la iban a usar...

Ahora intenta imaginarte una técnica análoga usando el agujero del pito como "orificio natural", ni que fuera para operar los cólicos nefríticos. Y a alguien usando como argumento que todo aquel varón no-joven o no-delgado es un buen candidato porque...en realidad porque han pasado su umbral óptimo reproductivo.

Y luego, aunque el término esté trasnochado y obsolescente, me dices si la falocracia sigue o no gozando de buena salud...

Yo también te adoro.

Clovis dijo...

yo os adoro a las dos también.

Juanjo Ruiz Navarro dijo...

:)

Clovis dijo...

¡vuelve!

Anónimo dijo...

¡vuelve!

Anónimo dijo...

Brillante, brillante. Todos tus amigos ... y tu, teneis un talento. Me ha gustado el post pero ahora me obligarás a revisar `El mayor espectáculo del mundo¨... no recuerdo la escena del tren. No puedo resistir el reto de tener que identificar una peli por una escena o una frase de diálogo. Aún recuerdo la última vez, cuando una vieja amiga recurrió a mi supuesta memoria cinéfila para que le dijera el título de una peli clásica en la que la chica y el chico se reparten un pijama en unos grandes almacenes. En fin, un placer encontrar tu blog.

Clovis dijo...

A ver si vuelves de Zamora, ¡ya!

La Reina de la Entropía dijo...

Que sí, que ya...pero es que me hayo inmersa en la dulce anacronía de la lucha sindical.

No me digáis que no os corroe la envidia. Voy a ser lumpen proletario hasta la peineta.

Mis créditos sindicales (a todo alcanza esta ola crediticia que nos asfixia: Banca, Universidad y ahora, "Interlocutores sociales")me abrirán, confío, un resquicio por el que reactivar mi encefalograma.

¡SALUD!

Anónimo dijo...

Te odio, te odio y te odiaré mas si no actualizas.

Anónimo dijo...

Un texto demasiado denso para paladares poco habituados a las delicias de las buenas letras. Me gusta la ira que subyace. Si el sarcasmo no nos mata tal vez esta sociedad de consumo rápido si lo haga. Un afectuoso saludo.

La Reina de la Entropía dijo...

En esta hora tontorrona, que yo misma elegí para la actualización diaria de mi portátil (vamos, que se me ha cerrado en las narices con todo sin guardar por no mirar el reloj), me debato entre seguir preparando la reunión sindical de mañana o irme a dormir manque sean tres horas y de pronto Angus, sin saberlo, me arranca la pública promesa de blogear algo potable antes de mi cumpleaños.Que alguien me lea once meses después de mi último post me obliga a ello.
Mi tren de Zamora lleva un año en el nudo ferroviario de Medina del Campo; échenle la culpa a todos nuestros gobiernos que entendieron, entienden y entenderán (me temo) por inversión y mejora en la red ferroviaria el tender líneas de AVE (María Purísima)entre localidades que, a 300 km por hora, distan unos diez minutos y a cuyos pasajeros, dotados de paracaídas, irán soltando por la ventanilla del vagón-cafetería cuando el artefacto pase cerca de su capitalita, porque frenar desluce mucho en un tren bala.

Anónimo dijo...

me encanta y lo suscribo ¡cuántas no quisimos ser tío para poder librarnos de un par de maldiciones bíblicas y ganar un par de derechos! como el derecho a pensar en una misma, el derecho a cuidarse antes una que cuidar al resto, como el derecho a estudiar dos carreras y aprender chino si te da la gana sin andar haciendo malabarismos porque madre no hay más que una y el padre brilla por su ausencia (al menos en mi caso, que soy madre sola porque el progenitor se dedica 335 días al año a estar en el tren de zamora, y si acaso durante 30 días demuestra lo padrazo que es ejerciendo un ratito)
muchas quisimos ser tíos hasta que descubrimos el feminismo, y en el camino del feminismo descubrimos la belleza de ser mujeres haciendo (o intentando hacer en la medida de lo posible) lo que nos sale del papo por más que todos los héroes, adanes y médicos de trenes zamoranos se nieguen. por más que nos nieguen la gloria, no importa, hemos aprendido que vivir sin honra no mata, ni engorda.

besazos enormes, escribes coñonudamente reina de la entropía

(soy Lau Organa, otra heroína zamorana que se está quitando desde hace rato)

La Reina de la Entropía dijo...

Gracias, Lau.
Mi viejo tren de Zamora de nuevo en los raíles, seis años después.
Fíjate que yo nunca quise ser un tío, aunque suspiraba porque alguien me convirtiese en una hija sana del patriarcado...
Besos